Autos de colores

Por Michael Sixto

Invertir la ecuación no siempre es conveniente. Hay quienes dicen que la respuesta está en mirar hacia atrás.

10576172_3_2012627_0_19_21La gente no cambia, cambian los lugares. Los autos son de colores y pasan rápido, sin miedo, pero asustados. Tenemos veinticinco segundos para escaparnos y olvidarnos de la locura. La locura es más posible en tardes como esta. Las noticias hablan de gente muerta o que están por morir. Me duele la garganta de tanto frio pero escucho, pacientemente escucho. Invertir la ecuación no siempre es conveniente, me dice un anciano despreocupado. Hay más, mucho mas de donde he sacado este, pero no le digas a nadie. El secreto queda a salvo al menos por cien años. Lo pospuesto regresa para atormentarnos. En medio de las estaciones recordamos, sentimos, nos retorcemos de hastío. Hay quien precisa un abrazo, una caricia… un poco de luz. Salimos corriendo. El reloj nos recuerda que estamos tarde. Siempre estamos tarde. Eso decía la maestra cada mañana, incluso cuando éramos los primeros en sentarnos en el pupitre. La repetición lo es todo, la costumbre es más fuerte que la verdad.

Igual seguimos corriendo. Pasamos frente a las vitrinas sin volver la vista atrás y los reflejos despavoridos desaparecen en un instante. La tentación de detenernos se hace latente pero los autos de colores nos despeinan los cabellos a su paso. Invertir la ecuación no siempre es conveniente. Sin detenernos vamos envejeciendo, nosotros, los inmortales. Palabras y palabras que no dicen nada, que se estancan como agua sucia en un charco al final de la calle. Nos quedamos sin aliento derrumbados al final del camino. Hay quienes dicen que la respuesta está en mirar hacia atrás. Parece ser cierto. Estamos donde comenzamos después de tanto correr y los autos de colores siguen pasando rápido, sin miedo, pero asustados…  como nosotros a merced del bullicio de la tarde.

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